Los ñocos
El juego de las bolitas, canicas, o como huarochiranamente se le denominaba «Los Ñocos», tenía sus propias características.
Se jugaba con distintas clases de bolas entre ellas: lecheras, callanitas, de acero, de cristal, grandes o pequeñas y hasta con «shuya» que era la semilla de la nuez, fruto del nogal. Habíamos jugadores expertos o diestros en hacer bailar nuestras bolitas que impulsadas generalmente por los dedos medio y pulgar de la mano salían disparadas a ñocar o a matar al rival. Para el desarrollo de este interesante juego infantil se tenía que cavar en el suelo, tres hoyitos equidistantes y en fila denominados «ñocos». El número de participantes podía ser 2 o cuatro, en este último caso se decía «a compañas».
Antes de iniciar el juego en sí, se sorteaba, para saber quien juega primero… ¿y cómo? Pues, todos tiraban sus bolas desde el último ñoco hasta el primero, tratando de llegar lo más cerca o ñocar en este último; ganaba el que más cerca al primer ñoco hacía llegar su bolita, por lo tanto éste empezaba el juego.
Bien, todo dispuesto, se iniciaba el juego pactándose si sería «a juanitas» o «a tiro». En el primer caso no había pago, se jugaba sólo por pasar un rato entretenido, y en el segundo caso, es decir «a tiro», el perdedor tenía que pagar con bolas, por ello los buenos jugadores se daban el lujo de tener siempre los bolsillos llenos de bolitas, y, para demostrar que son «cancheros», las hacían sonar, diciendo: «tengo bolas como cancha».
El juego entre dos era el más frecuente, el que lo iniciaba, lo hacía primero «ñocando» en el primer ñoco para luego ir haciendo lo propio en el segundo y tercer ñoco, esto era, estar de bajada; luego tenía que subir hasta el primer ñoco nuevamente o «ir de subida» para finalmente regresar y terminar en el último ñoco, lo cual se llamaba «cerrar el juego»; es decir, si lo hacía antes que el rival.
Los jugadores continuaban, siempre y cuando no perdieran, no «chimpearan» a la bola enemiga o no ñocaran dejando de jugar para hacerlo el otro jugador. Cuando «mataban» trataban de mandar «lejos» al rival impulsando la bola enemiga desde la mano sujeto entre el índice y el pulgar con su propia bola. En el desarrollo del juego luego de «ñocar» se usaba la cuarta que era una especie de medida desde el ñoco hasta donde llegaba el dedo meñique, esta distancia era tomada para acercarse más a la bola rival o al ñoco próximo.
También es preciso acotar que había una forma de juego más estricto que se denominaba a «mano sentada», o «sin brazo», que consistía en colocar la mano sobre el suelo y en esa posición continuar ei juego.
Los expertos eran capaces de sacar a las bolas enemigas hasta de «a chenchas», que era una forma de esconder la bola detrás de una piedra o en lo profundo de un hoyo donde difícilmente se le podía «matar». Algunas veces los ñocos, para hacer más difícil el juego, se hacían en sitios casi imposibles de ñocar y se decía que eran «ñocos de hombre»; por otra parte, cuando alguien ñocaba con facilidad se decía que los ñocos eran «de su hecho».
Este juego era una verdadera competencia en la cual salía a relucir el carácter de cada participante, habíamos, agresivos, mansos, picaros, maricones, llorones, sucios, en fin de todo, que lo dejamos para el estudio de los psicólogos.
Es bueno mencionar también el juego de bolitas al «Uso Lima», ¿cómo era esto?. Consistía en jugar simultáneamente caminado y tratando de «matar» al rival en el transcurso del paseo. Si uno de los jugadores «mataba» al otro naturalmente tenía que recibir como pago una bola del perdedor.
Es muy posible que existan formas diversas de jugar bolitas, según los tiempos, los lugares y las circunstancias; pero el juego que el autor ha practicado es el que aquí se narra, naturalmente con algunas omisiones, a propósito, para que el lector recuerde sus días infantiles según sus propias experiencias.
A pesar de los años pasados quedan en el recuerdo como si fuera ayer cuando jugábamos en la plaza, antes todo de tierra, en el atrio de la iglesia, en la plazuela o en el mismo patio de la escuelita, el glorioso 443 de Nicolás Cajahuaringa y de Juan Romero García, el «Director de Directores».
Las charcas
La niñez, ¡oh bella época de inocente paso vital! Cuando en las, calles huarochiranas solíamos encontrarnos con nuestros amiguitos, compañeros de escuela o pequeños vecinos, la frase de saludo era: ¿jugamos a las charcas?; y la respuesta no se hacía esperar: ¡Jugamos! Naturalmente cada uno de los contrincantes previamente había preparado su respectivo trompo con esmero, dotándole de un púa bien afilada que muchas veces cuando se le alzaba hasta hacía herida en la palma de la mano; por otra parte también la madera debía ser de naranjo pintado con tinta de variados colores.
Bueno, una vez concertado el duelo, el juego se iniciaba cuando el más entusiasta de los jugadores trazaba en el suelo la «circunferencia» o mejor dicho un círculo con dos diámetros que se cruzaban perpendicularmente en el centro, quedando listo para «chumpar».
Entonces, cada uno enrollaba sus trompos con sus pitas torcidas y una chapa al final, luego tenían que «chumpar», es decir, tratar de apuntar con sus trompos al centro del círculo, todo esto, para determinar quienes se «chantaban» y quienes «sacaban», siendo este último el que más cerca al centro había apuntado. Decidida esta fase, los perdedores colocaban sus trompos al centro con o sin sus pitas, procediendo el ganador a tratar de sacarlos con un charcazo, haciendo bailar a su trompo.
Para no perder algún detalle es bueno anotar, cómo los jugadores tomaban la distancia con pita de su trompo, o cómo le echaban saliva a la pita, en fin, hasta el estilo de hacer bailar era característico en cada jugador. Al sacar, a veces se lograba sacar a la mayoría de trompos rivales, otras veces a ninguno y si alguno quedaba dentro de la circunferencia simplemente recogía su trompo y acompañaba al ganador, pero si no sacaba a ninguno, él tenía que «ponerse» al centro para que los demás traten de sacarlo.
Tan pronto salía uno o varios trompos de la circunferencia se borraba ésta para que no haya peligro de que regresen y se tenga de nuevo que «sacar». Una vez fuera de la circunferencia, el ganador hacía bailar su trompo tratando de apuntarlo; cuando el trompo bailaba se le levantaba con la mano a la palma, por entre el dedo medio y el índice, poco a poco y a golpes de púas y trompazos tenían que ser empujados hacia un hoyo previamente cavado en el perímetro del terreno de juego y que daba por llamarlo «chego». El que jugaba tenía que tratar de llevar a los trompos rivales a este «chego» sin perder, si lo hacía, él tenía que «ponerse» y así alternadamente seguía el juego, pero es bueno hacer notar el deleite que causaban los trompitos al verlos bailar, oscilante.. con suave quimba… sonoro con su delicioso zumbido, ¡qué gozo y qué satisfacción .. !
Si el trompo o los trompos que iban camino al «chego» se pegaban a alguna pared, necesariamente tenían que ser sacados de ésta con un charcaso. De este modo continuaba la «procesión» que no dejaba de ser «cruento» , por que cada caída de las afiladas púas de los demás trompos producían serias averías o «potos» en el trompo víctima, otras veces hasta le sacaban «leña».
Para golpear al trompo, el jugador tenía que alzar al suyo en la palma de la mano, donde lo hacía bailar, no valía que estuviera «muerto».
El avance lento hacia el «chego» iba matizado con una serie de términos que empleaban los jugadores; como que trompo era «lanita» o que no pesaba, o era «churchurec» o que saltaba mucho, en fin… al final como todo termina, tenía que llegar el trompo-víctima al «chego» donde tenía que ser colocado bien sentadito o sea con la punta hacía arriba, otros decían «de culito», posición que no era tan fácil conseguirlo. Ya en estas circunstancias era peligroso que uno de los trompos al bailar lo hagan en el «chego» por que se decía que se «quemaba», entonces tenía que «ponerse».
Una vez en el «chego» y en posición correcta todos exclamaban ¡Chego!… y a cumplir la sentencia que podía ser en tantos potos como lo acordado al inicio del juego. Pero, desde ya, los ganadores no llevaban ninguna buena intención, por el contrario se buscaba una champita donde se incrustaba a la víctima a clavazos v algunos eran tan malos que hasta lo palanqueaban para devastarlo y hacer leña de él de allí que se decía : ¡Pobre mi trompito, por más cera que le puse, no salvó la vida!..
De esta manera culminaba este inocente juego de niños que jamás olvidaremos por que ha quedado muy dentro de nuestros recuerdos.
Los andadores
¡Bendito invierno huarochirano! ¡Bendita cuaresma! y; ¡Bendita lluvia!…Al escribir estas notas hasta parece sentirse el frío, ver el continuo caer de las gotas de lluvia sobre las calaminas con su característico tintinear, muchas veces, día y noche en forma continua, deslizándose por los canales o cashilas hasta caer en las chaladas o empedradas calles para después llegar a la quebrada de Wayqui y de allí a La Toca, de la legendaria Juana Brava.
Los caminantes protegidos con sus mantas, sayales, ponchos de agua y paraguas (no había aún el plástico) .a saltos iban de uno a otro lado. Pero, a todo esto, ¿Qué pasaba con los niños de entonces? Ellos, sin hacer caso a la lluvia, por el contrario gozando con ésta, se encontraban jugando a la peleíta con sus «andadores».
Eran los famosos andadores palos de aliso, queñigua, eucalipto, sauce, etc. en forma de «Y», una de cuyas ramas se cortaba y servía de soporte. Con cierta anticipación los «cholitos» preparábamos nuestros andadores, unos bajos, otros altos, que acondicionados con sus aparejos y subidos sobre ellos nos hacían caminar en los alto, para lo cual se tenía que mantener el equilibrio del cuerpo. Una vez listos, salíamos por las calles de nuestro pueblo en busca de rivales con quienes «pelear». Esta pelea necesariamente tenía que efectuarse en un charco de agua y barro, en plena lluvia, la misma que pasaba por desapercibida dado a que la atención estaba en el juego antes que en el fenómeno atmosférico; sea la lluvia o el granizo.
Previamente se definía el número de participantes, sea en parejas o todos contra todos, en este último caso podía ser también barrio contra barrio es decir, el barrio bajo, los que vivían de la mitad de la plaza hacia abajo «Culcushica» y el barrio alto los que vivíamos hacia arriba «Cruz» o «Cantucha».
La pelea en sí consistía en lo siguiente: Los participantes todos sobre sus andadores, tenían que ingresar al centro del charco elegido como escenario de este singular evento, lo mismo tenía que hacerlo el o los rivales, como es de imaginar el mantener el equilibrio y sostenerse en lo alto ya constituían cierta dificultad, pero además a punta de «patadas» con los andadores tenían que tratar de hacer caer al rival, cada uno de ellos tenía que echar mano a su experiencia y sobre todo a cierta «maña» para no caer y por el contrario hacer caer al enemigo. Para que el juego sea limpio se tenía que hacer sin empujar, sólo golpeando con los andadores, las barras también tenían gran influencia en el ánimo de los pequeños «gladiadores» y al final como toda competencia siempre tiene ganadores y perdedores, ganaba el que lograba derribar a su enemigo, el que caía estrepitosamente sobre el charco para luego salir todo «embarrado» con el consiguiente regocijo del ganador y su barra y la risa de los circunstanciales espectadores.
Muchas veces, algunos no aceptaban su derrota, especialmente cuando se trataba de una pelea barrio a barrio por lo que continuaba la pelea ya en otro terreno pero, generalmente los rivales, después de la contienda seguían siendo buenos amigos, como si nada hubiera pasado, es decir se sabía ganar y también perder.
El andador era un instrumento tan original e ingenioso que también permitía hacer ciertos malabares, como saludar apoyándose en un andador y luego «sacar shamito»; otras veces se saltaba en un sólo andador y el otro se ponía «sobre el hombro».
En otros lugares a este juego se le denomina como «zancos», pero en Huarochirí siempre han sido y serán los «andadores», por que así los conocimos, así los disfrutamos y esa herencia prevalecerá por los siglos en las calles de nuestro pueblo cada vez que la fresca lluvia tiña de verde sus campiñas y cada vez que sus relámpagos resplandezcan y sus truenos nos aturdan. ¡Ay, pero, qué lindo es mi Huarochirí! como lo cantara Don Zacarías Tello Robles.
La blanca paloma
Si alguna vez hemos dudado de la inteligencia, la picardía y la viveza del niño o de la niña huarochirana. basta recordar cómo se jugaba «La blanca paloma» y nos convenceremos de que el niño huarochirano es inteligente, ágil y vivaz.
«La blanca paloma», era un juego generalmente vespertino y nocturno que se practicaba en la plaza de nuestro pueblo, en la plazuela o en cualquiera de sus angostas calles.
Se efectuaba entre dos bandos o grupos de muchachos y muchachas, designándose primero un lugar que sería la «casa» o «cárcel», donde se depositarían a «las palomas» cazadas. Antes del inicio del juego en sí, se sorteaban quienes serían los «cazadores» y quienes «las palomas» algunas veces con el «yan quen pó» y otras utilizando una piedrecita «laja» que por uno de sus lados se mojaba, luego se tiraba al aire, teniendo los jefes de cada grupo decir: seco o mojado, el que acertaba escogía ser de preferencia «palomas».
Para iniciar el juego alguien gritaba: ¡reventó! y los cazadores tenían que atrapar a las palomas, quienes no se dejaban coger. Si una paloma era cogida se la llevaba a la cárcel con estas palabras: Blanca paloma, preso y sello. Con esta última palabra se le daba un fuerte golpe en la espalda y así era conducido a la cárcel. Sus compañeros tenían la misión de liberarlo dándole la «manito», pero para ello tenían que burlar a los cazadores que aprovechaban cualquier descuido para coger a las palomas y encarcelarlas.
Era esta competencia motivo de despliegue de suertes tanto de parte de los cazadores por cazar a las palomas como de éstas por no dejarse cazar y a la vez salvar a sus compañeras. Cuando, después de buen rato todas las palomas se encontraban presas, los cazadores pasaban a hacer de palomas y viceversa las palomas de cazadores.
Eran aquellos tiempos preciosos, los juegos inocentes, no importaba el frío por que se contrarrestaba con el ejercicio físico. Había mucha alegría, diversión y entusiasmo de parte de los jugadores. Por entonces la neblina rodeaba el medio ambiente que muchas veces no dejaba ver ni nuestras manos.
Todo esto hacía que el juego sea más interesante y misterioso por que no sé sabía en qué momento se podía presentar una hermana-paloma y salvar a su compañera de la cárcel. Tampoco faltaba uno que otro botón saltado o una que otra camisa rota por la beligerancia del juego, porque el cazador al atrapar a su paloma lo tenía que hacer con fuerza, sino se le escapaba.
De manera que no todo era fácil. Con el pasar de los años, como todo tiende a retornar, tal vez algún día nuestros nietos vuelvan a jugar «La blanca paloma», en las antiguas calles de nuestro añorado Huarochirí.
La yacanga
Es un juego que se hace entre dos niños, para lo cual se emplea un pieza de madera medio cortada en forma de una pistolita que se golpea con un pequeño palo de escoba o madera haciéndola saltar y en aire se golpea la yacanga enviándola lo más lejos posible, pero antes se traza un cuadrado en cuyo centro se coloca la yacanga v allí se la hace saltar.
El rival tiene que recoger la yacanga y tratar de enviarla lo más cerca del cuadrado mencionado y si logra introducirlo en éste, borra todos los puntos que tenía el otro jugador.
¿Cómo se determinan los puntos?: Primero se juega a cien puntos que se ejecuta. en forma simple, luego el otro cien ‘se hace golpeando la yacanga con el brazo que debe pasar por debajo de la pierna derecha, otro cien haciendo lo mismo pero pasando el brazo por debajo de la pierna izquierda y finalmente el último cien se hace pasando el brazo derecho por debajo de las dos piernas, esta posición como se comprenderá es muy incómoda por ello se demora en completar los puntos. Como suele suceder, a la pérdida del juego de uno de los jugadores lo hace el otro.
Cuando un jugador dispara la yacanga lejos el otro lo regresa, entonces el primero cuenta tomando como medida su «mazo» de 10 en 10: 10… 20… 30… etc., si pierde en el otro juego continúa sumando sus puntos. Gana el jugador que primero hace 100, luego 100, otro 100 y finalmente el último 100, por supuesto antes que el otro jugador, y en las posiciones antes mencionadas.
Cuando al regresar la yacanga cae dentro del cuadrado se dice que ha «cerado» (de cero) es decir que anula o borra todos los puntos del rival quien tiene entonces que empezar de nuevo.
Este juego es interesante porque permite a los jugadores desarrollar el sentido de la vista, calcular la fuerza al golpear la yacanga y cuando se regresa al cuadrado calcular la fuerza para hacer llegar al cuadrado o muy cerca de éste. Si el que tiene que regresar al cuadrado la yacanga al momento que el otro tira ésta lo «chapa» en el aire, automáticamente el otro pierde el juego y queda en cero, por ello se tratará de enviar en dirección opuesta o de manera que el otro no pueda chaparlo.
Muy entretenido .y sobre todo de sana competencia es este juego infantil que alguna vez hemos practicado con mucho entusiasmo.
El chinlín
Huarochirano que no ha jugado con el «chinlín» creemos que no existe, porque este es un juego tan peculiar en toda la zona que tanto niños, como niñas de entonces, siempre lo hemos practicado inocente y pobremente, como que es nuestra condición de niño campesino y serrano. Consistía en lo siguiente:
En las casas muchas veces se rompían algunos utensilios de loza o porcelana que iban necesariamente a parar en la basura y era de allí precisamente de donde se recogían los pedazos de estas lozas y cuando no se tenía en casa era más interesante conseguirlo en «canto» o en los alrededores de la población. Se recolectaban pedazos de loza china, inglesa, azules, rojas, verdes, floreadas, etc.
Estos desperdicios en la fantasía infantil, como por arte de magia, a pesar de ser material de deshecho, cobraban inusitada vida, convirtiéndose de repente en seres animados, nada menos que en toros, vacas, terneros o becerros, ; al vez porque la actividad principal de los padres era la pequeña ganadería y los niños reemplazaban en sus mentes las reses por estas curiosas piezas que a la sazón se les llamaba «chinlín».
En una talega o simplemente en los bolsillos se guardaban los chinlines que servirían para jugar con nuestros amiguitos cuando íbamos a pastar nuestros carneros o nuestras cabras por los inolvidables parajes de Mansanache, Chillahuara. Ollucanchi o en Otrabanda.
Cada uno de los jugadores llevaba cierto número de chinlines, que ya en el campo se sacaba para dar rienda suelta a la imaginación. Se disponía primero el corral, los caminos, las chacras, los cercos, las acequias, etc. y así se iniciaba el juego. De entre los niños y niñas alguien hacía de papá, otro de mamá, de hijos y demás, de reses había de todo: vacas gordas, flacas, preñadas, barrosas, blancas, overas; toros gateados, bueyes, bravos, mansos, overos, pintados, así como terneros dañeros, mamones y chorretones.
Era pues, un gusto ver en miniatura todas las actividades propias de la ganadería, pues los pequeños «ganaderos» no dejaban escapar ningún detalle de esta actividad: Los corrales, los caminos, las acequias donde tomaran agua sus chinlines y las chacras donde comieran sus «vacas».
Se escuchaba a los niños decir: La vaquilla horra, el ternero cimarrón, el toro «padre» y en fin toda la terminología que los mayores emplean en esta actividad ganadera vacuna. ¡Cuánto desearíamos ahora tener esa niñez de inocente juego de chinlines! ¡Oh bella e inolvidable infancia!
La carretera
Antes de la llegada de la carretera a Huarochirí, éste era un pueblo apacible y tranquilo cuyas gentes vivían dedicados a sus labores agrícolas, ganaderas, artesanales y comerciales. Por entonces era muy común que los habitantes viajaran a las «estaciones», que eran lugares hasta donde llegaba la carretera, como Lomayacu, Buena Vista, Escomarca, Awacha, y ultimamente Chucunicha A estos lugares viajaban llevando sus productos agropecuarios en acémilas, especialmente quesos, carne, arverjas, habas, etc Eran esos tiempos en que el queso se vendía por montones (4 quesos) que los negociantes como Cipriano Huaringa, Juan Cancio, Teodosio Segura, Lizardo Aguirre, Esmester Calderón y otros lo vendían en Lima y por kilos.
Bueno; no nos desviemos del tema. Se trata que en pleno trabajo de la carretera, todos los ciudadanos, sin distinción, tenían que trabajar o «sacar su quincena» ya sea en Tinaja, Checlo, Corral Blanco, Pacomanta, Awacha, etc., a órdenes del Capataz Jáuregui. Cuantas ocurrencias hubieron en estas faenas, todo puro amor a la patria chica pues la propina que recibían en el sobre, era sólo simbólica.
Recordemos el empeño y la alegría con que todos trabajaban, hombres, mujeres y niños. Cuando más se acercaba la carretera al pueblo, crecía el entusiasmo y aquellos días no se hablaba de nada más, sino de la carretera; hasta que por fin después de mucho esfuerzo, ¡loor a los valientes trabajadores de entonces!, se culminó el trabajo y quedó conectada Lima, la Capital, con nuestro querido Huarochirí, por la vía de Tinaja.
El autor, aún recuerda cómo fue el apoteósico día de la llegada de la carretera, el ingreso del primer vehículo motorizado que fue el volquete, manejado por Escurra, él tuvo el honor de romper la cinta colocada en la plaza y era el que apoyaba los trabajos de la carretera Todo el pueblo estaba de fiesta, el Sr. Alcalde de entonces, Don Calixto Huaringa, cumpliendo una promesa y galantemente obsequió un toro de su ganadería para que todos comieran, las cocinas se armaron en el atrio, detrás y a los costados de la iglesia, ¡qué peroles de comida! y ¡qué empeño de las huarochiranas para sazonar la entrada, la sopa, el segundo y la calabaza
Fue al terminar el día cuando irrumpe en la tranquilidad huarochirana un nuevo ruido que se transplanta en el eco, era el roncar del motor. La gente sale de sus casas, los niños asombrados no sabíamos como hacer para ver mejor por primera vez un vehículo motorizado, todo era algarabía, el volquete ingresa por el jirón Grau, toma San Martín y se dirige por la plazuela Sucre hacia la Plaza La banda de músicos sobre el volquete ingresaba tocando sus alegres melodías, huaynitos, como el que dice «…ya me voy, ya me estoy yendo, trabajar la carretera, linda huarochiranita, no vayas olvidarme…». Dos vueltas a la plaza bastó para conformar a nuestro pueblo, ansioso de progreso, que desde la grada y desde los alrededores de la plaza contemplaba con el corazón henchido de emoción este acontecimiento que quedará para el recuerdo de muchas generaciones.
Después de la «comilona», vino el baile y el regocijo general, como ninguna noche a la gente se le había quitado el sueño. Por fin, se había convertido en realidad un sueño largamente acariciado.
Por aquella época, los niños incrementaron el repertorio de sus juegos con uno más, «jugar a la carretera». Aunque a manera de juego los niños lo hacíamos tan real que era ya cosa muy seria. Había que ver el trazo, la construcción del camino, los sardineles, los andenes, las alcantarillas, los puentes, los desarrollos, en fin todo lo que en grande hay en una verdadera carretera.
Era admirable ver como los pequeños «ingenieros» vencían los accidentes del terreno construyendo su carretera por donde debían circular sus góndolas y camiones, muchas veces de «llaquenta» (arcilla). Había desde la góndola del «Chino Mate», el camión de Marcelo, el ómnibus de Lizardo, el camión de Janito, etc. Es bueno hacer notar al artesano «Yico», que en su estancia de Chilcacocha fabricaba los vehículos en pequeño, pero tan igual a los verdaderos que hasta tenía carrocería, puertas y ventanas con cerrojo, timón, llantas, muelles, luces, escalera, parachoques, parabrisas y todo, sólo le faltaba el motor para funcionar.
Todo esto nos hace confirmar que el huarochirano desde pequeño ha demostrado su talento, su imaginación y su inteligencia, capaz de hacer grandes obras cuando se propone.
¿Volveremos a jugar a la carretera Pablito Tello?. Si, por mi parte al escribir estas notas ya lo estoy haciendo aunque hayan pasado muchos años, por que recordar es volver a vivir y ahora lo estoy viviendo, como deseo que usted también amigo lector lo haga, aun haciéndonos la vaca o faltando a la escuela.
El run run
El run run, es posiblemente un juego que se practica en diversos lugares; pero cuando lo juega un niño huarochirano, éste adquiere sus propias características. Aquellos tiempos se elaboraba este juguete con chapitas de Kola Cuéllar o Soda Huaringa, que luego de ser aplanado se afila y al centro se le hacen dos agujeros por donde pasa el hilo que al ser tirado lo hace «bailar» con su típico runrunear.
Algunos por exagerar hacían su run run de tapas de lata de atún o de leche evaporada; es decir, eran más grandes y también más peligrosas.
El juego en si, consistía en pactar una pelea que se realizaba entre dos rivales, cada uno con su respectivo run run. Ambos frente a frente haciendo bailar su run run tenían que tratar de cortar la pita del otro jugador, dejándolo de este modo fuera de combate. Se trataba de cortar el hilo del run run ajeno antes que sea cortada la pita del propio. Muchas veces el que se muestra más agresivo suele salir de perdedor sorpresivamente.
Naturalmente cuando jugaban, el que tenía el run run más grande y más afilado tenía todas las de ganar, más aún si a propósito le hacía en los bordes del run run una especie de dientes. Y así nadie podía ganarle.
Después de todo, con ligero riesgo de algunas cortaduras, era un juego divertido, naturalmente tomándose las precauciones del caso.
Se invita al lector a hacer su run run e implantar este juego entre sus hijos o tal vez entre sus nietos, de este modo él también gozará recordando sus días de infancia.
Chanca la lata
¡Quién no recuerda aquellas noches de frío invierno! cuando chicos y chicas nos reuníamos en las esquinas y nos disponíamos de horas de sano entretenimiento y diversión con la muchachada del barrio; de pronto entre risas y bromas se escuchaba una voz que decía: Vamos a jugar «1a chanca la lata»; entonces buscamos un tarro de leche que nos sirve para anunciar el juego.
Elegimos a uno del grupo para que la lleve, se lanza el tarro mas o menos 10 y el que «la lleva» tiene que ir en su búsqueda tiempo que los demás juguetones aprovechamos para escondernos amparados en la oscuridad de la noche, la neblina, las sombras de las casas y callejones.
El que la lleva deja la lata en un lugar ya escogido dando previos golpes en el suelo, sonido que pone en alerta a todos los escondidos, entonces se dispone a buscar a todos los escondidos, de pronto logra divisar a un `chiquito» con su gorra, ponchito y botitas de pirata y grita «ampay Perico» que esta asomando su cabeza en el callejón y hace sonar la lata, pero resulta que no era Perico sino Joshé que llevaba puesto la gorra de Perico, entonces todos salen de sus escondites gritando al mismo tiempo: ¡se quemó!, ¡se quemó!, la lleva de nuevo en efecto, nuevamente la lleva, esta vez con un poquito mas de suerte logra mirar a una `ñatita» con su shamo y su mantita y grita: «ampay Nisha» luego chanca la lata, sigue buscando, de pronto mira a otro «cholito» con su chalina y pañolón a quien dice: «ampay Shamuco»; así sucesivamente va encontrando a los jugadores, pero en un momento de distracción se pone de manifiesto la picardía de un pequeño y se escucha: «ampay, me salvo y a todos mis compañeros» motivo por el cual, tiene nuevamente que llevarla, hasta que logra ampayar a todos sin que antes se queme o salve alguien. Si encuentra a todos, entonces le toca llevarla al «cholito» o la «ñatita» que ha sido encontrado primero. Así jugamos en Huarochirí…
(Notas de Oscar S. H.)
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